LA TESHUVÁ (arrepentimiento y retorno)
- NOTI NOAJ
- 23 sept
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MEDITACIÓN N° 39
LA TESHUVÁ (arrepentimiento y retorno)
“Mira: he dado ante ti el día de hoy: la vida y el bien; y la muerte y el mal.
Lo que Yo te ordeno el día de hoy: para amar a Adonai tu D’s., para encaminarse por Sus Sendas y para cumplir Sus Ordenanzas y Sus Fueros y Sus Leyes. Vivirás y te acrecentarás, y te bendecirá Adonai tu D’s., en la tierra, donde tú vienes allí, para poseerla”. (Devarim/Deuteronomio 30:15,16)
Rosh HaShaná no es solamente el inicio de un nuevo año en el calendario judío; es el inicio de una nueva oportunidad. La Torá lo llama “Yom Teruá”, el día del sonido del shofar. Ese sonido es un llamado profundo al corazón, que despierta del letargo y recuerda que la vida es un regalo con propósito.
A diferencia de otras culturas, en donde el año nuevo se celebra con ruido y fiesta, el judaísmo nos invita a comenzar el ciclo anual con introspección, oración y conexión con Dios. Rosh HaShaná es el día en que, según la tradición judía, el Creador realiza juicios sobre toda la humanidad, pero no con la mirada fría de un juez, sino con la misericordia de un Padre que desea lo mejor para Sus hijos.
El mensaje central es claro: tenemos el poder de cambiar. No estamos atados a lo que fuimos ayer. El shofar nos recuerda que podemos dejar atrás hábitos, rencores y errores, y abrir espacio para la teshuvá —el retorno al camino correcto—. Cada acción buena, cada palabra positiva, cada pensamiento noble puede inclinar la balanza de nuestra vida y del mundo hacia el mérito.
Rosh HaShaná nos invita a mirar tanto hacia dentro como hacia adelante. Hacia dentro, para reconocer qué debemos transformar. Hacia adelante, para proyectar un año lleno de sentido, de fe (emuná), de esperanza y de actos de bondad.
Que el sonido del shofar nos despierte a todos para escribir, con nuestras propias decisiones, un nuevo capítulo de vida en el Libro de la bondad, la paz y la luz.
A los 10 días de Rosh HaShaná, viene Yom Kipur, el día más sagrado en el calendario judío, conocido como el Día del Perdón. Pero más que un rito externo, es una experiencia interna, un viaje al corazón del alma.
Durante todo el año acumulamos cargas: palabras dichas sin pensar, decisiones apresuradas, silencios cuando debimos hablar, actos que no reflejaron lo mejor de nosotros. Yom Kipur nos brinda la posibilidad de soltar esas cargas, de comenzar de nuevo, limpios y renovados.
El ayuno, la plegaria y la introspección no son castigos, sino herramientas. Al abstenernos de lo material, le damos protagonismo al espíritu; al rezar en comunidad, recordamos que no estamos solos en la búsqueda del perdón; al hacer teshuvá (retorno), redescubrimos la chispa divina que siempre permanece intacta en nuestro interior.
En Yom Kipur se entrelazan dos movimientos:
Hacia arriba: la conexión con Dios, pidiéndole que nos perdone y nos inscriba en el Libro de la Vida. Hacia los lados: la reconciliación con las personas que nos rodean, porque la tradición enseña que Dios perdona lo que hicimos contra Él, pero solo el prójimo puede perdonar lo que le hicimos a él.
El mensaje profundo de Yom Kipur es que ningún error nos define para siempre. El pasado no es una condena, sino un maestro. El perdón es posible, y la transformación también.
Al concluir el día, cuando suena el shofar, no es un cierre, sino un nuevo comienzo. Una invitación a vivir con más conciencia, más compasión y más compromiso con nuestra misión en el mundo.
Sukot llega inmediatamente después de Rosh HaShaná y Yom Kipur, y nos enseña algo muy profundo: después de haber renovado el alma con la teshuvá y el perdón, debemos llevar esa pureza al mundo físico; a la vida cotidiana.
Por eso el pueblo judío deja sus casas cómodas y se trasladan a la suká, una cabaña frágil y pasajera. Allí aprende que la verdadera seguridad no depende de muros de cemento, ni de cuentas bancarias, ni de poder; depende de la presencia de Hashem, que los acompaña como acompañó al pueblo de Israel con las nubes de gloria en el desierto.
Sukot invita a mirar la vida con otra perspectiva: lo material es importante, pero es transitorio; lo espiritual es lo que perdura. Sentarse bajo un techo de ramas, viendo el cielo a través de sus aberturas, les recuerda que la existencia humana es limitada y vulnerable, pero también abierta a la infinitud de lo divino.
Además, Sukot es la fiesta de la alegría. La Torá les ordena alegrarse en esta festividad, porque la verdadera alegría surge cuando aceptan su fragilidad y aun así confían en Dios. La alegría de Sukot no depende de lo que tienen, sino de la certeza de que están sostenidos por algo más grande que ellos mismos.
El lulav y las especies que agitan representa la diversidad del pueblo de Israel y de la humanidad: distintos tipos de personas, cada una con su propia esencia. Solo cuando se unen forman un conjunto completo. Sukot nos enseña que la unidad en la diversidad es la clave para que la bendición se derrame en el mundo.
En definitiva, Sukot nos recuerda que la vida es pasajera como una suká, pero también sagrada, como el cielo que vemos a través de ella. Y que la verdadera fortaleza no está en lo material, sino en la fe, la alegría y la unidad.
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