EL PODER DEL PERDÓN
- NOTI NOAJ
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EDITACIÓN N°40
EL PODER DEL PERDÓN
El ser humano fue creado para crecer, rectificar y volver al bien. En hebreo, esa posibilidad de retorno se llama teshuvá —que no significa simplemente “arrepentimiento”, sino literalmente “volver”, “regresar”; regresar a uno mismo, a la pureza del alma, a la conexión con Dios.
El perdón, entonces, no es un acto aislado; es parte esencial de este proceso de teshuvá.
El judaísmo enseña que el ser humano fue creado “a imagen de Dios” (Bereshit / Génesis 1:27). Así como Dios es compasivo, paciente y misericordioso, también nosotros estamos llamados a reflejar esas cualidades en nuestras relaciones humanas.
Cada vez que perdonamos, revelamos una chispa de la Divinidad dentro de nosotros.
El judaísmo no pide olvidar el daño, ni eliminar la responsabilidad. Por el contrario, enseña que el verdadero perdón se basa en la verdad y la reparación.
Maimónides (Rambam) en Hiljot Teshuvá (Leyes del Arrepentimiento) explica que la teshuvá auténtica requiere tres pasos:1. Reconocer el error; 2. Arrepentirse sinceramente; 3. Tomar la decisión firme de no repetirlo.
Solo cuando la persona ofendida ve ese cambio genuino, el perdón cobra pleno sentido. El perdón, entonces, no contradice la justicia, sino que la lleva a su perfección: cuando el error se transforma en crecimiento.
El rencor es como una herida que no cicatriza, porque el alma sigue reviviendo el daño. El perdón, en cambio, es el bálsamo que permite sanar.
Los sabios enseñan en Pirkei Avot (Ética de los Padres 4:23): “No te enojes fácilmente, y sé difícil de ofender.” Esto no es debilidad, sino fortaleza espiritual. Cuando una persona logra liberar el resentimiento, no justifica lo ocurrido, sino que rompe el vínculo del dolor con el pasado; deja de ser prisionera de lo que fue y se abre a lo que puede ser.
El perdón libera tanto al que perdona como al que es perdonado. El Zohar enseña que cuando alguien perdona sinceramente, abre puertas de misericordia en los mundos superiores. La energía del perdón desciende, y hasta el cielo se inclina con compasión hacia quien ha sabido perdonar. A menudo, el perdón más difícil es el que debemos concedernos a nosotros mismos.
Perdonarse no es justificar el error, sino reconocer que el alma puede volver a brillar después de la oscuridad. Es tener la humildad de decir: “caí, pero sigo siendo digno de la luz divina.”
El judaísmo nos recuerda cada año la importancia del perdón a través de los denominados Días que van desde Rosh HaShaná a Yom Kipur.
Antes de pedir perdón a Dios, debemos pedir perdón a nuestros semejantes.
“Las transgresiones entre el hombre y Dios, Yom Kipur las expía; pero las transgresiones entre el hombre y su prójimo, Yom Kipur no las expía hasta que se haya reconciliado con su prójimo.” (Mishná Yomá 8:9)
Este orden enseña algo profundo: no podemos pedirle a Dios que nos perdone si no somos capaces de hacer las paces con quienes nos rodean. El perdón horizontal (entre personas) y el vertical (entre el hombre y Dios) son dos caras de una misma moneda espiritual.
El perdón es de inteligentes, perdonar es de nobles y perdonarse es de sabios.
YOJEVED DIFONSO.
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