Un aspecto fundamental para mantener la paz y orden en una nación, es la existencia de un sistema judicial, encargado de impartir justicia en la sociedad y asegurar el cumplimiento de las leyes que la rigen. Desde los inicios de la historia, la humanidad ha elaborado leyes que regulan distintos aspectos de la vida comunitaria. Por ejemplo, el documento legal más antiguo que se conserva (parcialmente) hasta nuestros días, es el Código de Ur-Nammu, en Sumeria, promulgado por el rey Ur-Nammu en el periodo conocido como el “Renacimiento Sumerio” (siglo XXII-XXI AEC). Sus leyes contemplaban aspectos de responsabilidad social, judicial y patrimonial y dividían a la sociedad en personas libres y esclavos. En algunos casos, como en los de adulterio, violación homicidio o robo, el culpable recibía la pena capital. Algunas de sus leyes hoy pueden parecer absurdas. Sin embargo, y a diferencia de códigos legales posteriores, los delitos se sancionaban con una compensación monetaria. Cabe señalar que, según Ur-Nammu las leyes que había promulgado, le habían sido dadas por la divinidad y él simplemente era un transmisor de las mismas, tal como dijeran con otros monarcas posteriormente.
De acuerdo con la Torá, la humanidad empezó a recibir leyes morales por parte del Eterno, que sentarían las bases de la civilización, entre las cuales se contempla un sistema judicial que velara por su cumplimiento. Éstas son las leyes noájidas. Conforme fueron evolucionando las sociedades y aumentó la idolatría, muchas de las leyes dejaron de ser cumplidas y las legislaciones se volvieron corruptas, lo que trajo como consecuencia divisiones internas y conflictos. Posteriormente, la entrega de la Torá, representó para el pueblo judío un hito importante, dado que sus leyes serían entregadas por el Creador no sólo a un rey o líder, sino a toda la nación, como lo indican la Torá Oral y Escrita. Pero, ¿acaso las naciones no tuvieron un desarrollo legislativo y judicial importante en la antigüedad? De acuerdo con la evidencia arqueológica, lo tuvieron e hizo posible la supervivencia y prosperidad durante ciertos periodos. Tales leyes fueron creadas por seres humanos y, por ende, tenían sus limitaciones, por lo que debieron irse adaptando al contexto sociocultural, geográfico, histórico, etc., en el que se desarrollan.
La divergencia entre la Torá y las siete leyes, puede conllevar una contraposición, entre un sistema judicial religioso versus uno secular, a fin de cumplir el mandamiento universal de establecer cortes de justicia. Si analizamos desde un punto de vista histórico, las leyes noájidas son la base para el desarrollo de la civilización. En la antigüedad, e incluso ahora, han existido leyes y sistemas judiciales complejos que abordan temáticas que están también en la Torá. Se establece la necesidad de crear cortes de justicia y, con ello, un sistema judicial. Sin embargo, la forma en que se desarrolla dicho sistema, no está escrita en piedra. Depende de cada nación la creación de mecanismos necesarios para asegurar que se juzgue de manera justa en cualquier circunstancia y considerando su realidad. En ese sentido, las naciones cuentan con autonomía para impartir justicia. A Israel, el Eterno dio la Torá como un todo; a las naciones las leyes universales. Pero estás son la base. No el fin. El desarrollo legal deberá considerar el contexto en que se encuentre cada civilización e, independientemente a que sea un fenómeno laico, éste puede contribuir a mejorar y rectificar la sociedad, inspirados en el espíritu de las leyes noájidas (vistas como de origen divino o racional), pero mirando más allá de lo mínimo que se nos exige como seres humanos.
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