En cada generación, de alguna forma, el espíritu de Balaam, hijo de Beor (Nm. 22:2-24:25) (quien bendijo a Israel y luego conspiró para debilitar y destruirlo), parece rondar cuando Israel está por asumir el rol que le fue designado. Una encarnación del mismo se puede encontrar, parcialmente, en el filósofo alemán del siglo XIX Friedrich Nietzsche, quien, contrario a muchos intelectuales de su época, se oponía al antisemitismo imperante, al punto de, por ejemplo, distanciarse y ridiculizar a su antiguo amigo, el compositor y ensayista antisemita Richard Wagner.
En sus complejos escritos, puede leerse una evidente admiración hacia el pueblo judío, que reconoce como “…la raza más fuerte, más tenaz y más pura que vive ahora en Europa” (Más allá del bien y el mal, sección 8, párrafo 251) y dice que cuando “haya cambiado su venganza eterna en bendición eterna para Europa…y todos sin excepción podremos alegrarnos con él” (Aurora, libro 2, párrafo 205). Sin embargo, también indica que era un pueblo resentido, que llevó a cabo una suerte de peligrosa modificación en los valores (Más allá del bien y el mal, sección 5, párrafo 195), así como que, a partir de algunos de ellos, surgió el cristianismo, al cual Nietzsche rechazaba expresamente. Esta ambivalencia sobre los judíos, sin embargo, cimentó las bases para el mayor plan de exterminio realizado contra el pueblo judío, orquestado a partir de la paranoia antisemita de la época. Las palabras de Nietzsche son un eco de la admiración, bendición y regocijo expresados por Balaam en la Torá, pero también están las que sirvieron como un “consejo” para la destrucción de Israel por parte de sus enemigos. Por otra parte, los celos y temores de sectores antisemitas hacia el pueblo judío, es lo que los movería a actuar como Balak y los reyes madianitas al elaborar un plan para destruir a aquellos que consideraban una amenaza. Mas, siendo objetivos, Nietzsche, probablemente, hubiese mostrado consternación al ver las interpretaciones hechas por los nazis a partir de sus obras hacia el pueblo al que había admirado, a diferencia de Balaam, quien conscientemente buscó hacer tropezar al pueblo que previamente había bendecido.
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